Con la sencillez de un perro bravo que sin amargura decide ir a morir en soledad para no doler al que se sintió su dueño, es que algunos se van hasta el fondo de sí mismos aún en presencia de cualquiera, de todos y ninguno profiriendo el escándalo de una sonrisa o escudándose tras el siempre profanado altar de algún libro anciano.
Queda como huella el reguero de todos sus silencios anteriores, la desnudez que le adivinamos por debajo del casco de su razón, como los estallidos del Verbo - hechos uno - que cruzaron por sus ojos más al fondo de las luces.
Es lienzo así el ahora
repleto de uvas llenas para nuestros labios sin su tiempo.