A fuerza de soledad me impuse, por haber entrenado en el dolor de estar expuesto a lo que siento, y recibir el castigo del ostracismo al buscar lo que no se podría jamás, me viste como a un niño sin padres o como a un pobre inútil sin rodillas.
Yo lo salvaré, pensaste le compensaré la teta que no tuvo, la fiestita de cumpleaños le voy a hacer y todo el abrigo que no le dieron cuando el frío le rajó la cara se lo daré todos los días, o algo así.
Pero, se te perdieron dos detalles ahí en algún bolsillo de tu billetera, o entre las fotos que guardás en tu bolso de primera o de segunda, que estoy un peldaño más allá del resentimiento en ese ámbito donde la cicatriz es más profunda que la herida, y que a cambio de tu vientre de tus ojos mirando lo que fui me pedirías, inevitablemente que no sea lo que soy.
Te enojarías, entonces y buscarías a dios, al siquiatra a toda la idiotez resumida en tus amigos buscando el porqué de tu injusticia de manual, después de pintar mi rostro en las murallas de la ciudad escribiendo debajo, con lágrimas vaginales: culpable.
Y tendrías razón porque sólo yo tengo la culpa de mi esencia.