Ni siquiera llama la atención,
no pesa,
no resta y no tiene posibilidad de sumar,
y sin embargo me contiene y comprende
como lo hace el libro con la imprenta y su historia
y al hombre que la generó.

Luchar desde el lugar más peligroso,
de eso estoy hablando ahora.
No desde las trincheras con fría temeridad o locura
detrás de un escritorio y un teléfono “seguro” al lado,
o desde el público anonimato de cien redes,
no,
del púlpito de la mente en soledad digo y refiero
del combate entre lo que se sabe y lo que está
y de cómo es la talla del que aguanta la distancia fiera
empujando con sólo la fuerza de su convicción.

Aquí, en esta situación prevista
es donde me persigno y me reverencio ante mí,
repasándome la infancia, los años ganados
- que llamarías adultez perdida –
y me levanto en un aplauso asquerosamente vanidoso
escupiendo egocentrismo y egomanía por los poros
hasta estrellarme contra el muro de la humildad más sucia,
el del grafiti que dice
“nunca te pedí que me lleves a casa”.

p.d.
Recuerdo a West, ese no tener derecho a volcarLE los propios infiernos; a Ingenieros, con ese mejor deber el golpe si acaso pudiera superar al recibido. Y me acuerdo de mí, cuando a veces se da que había sido se puede lo que dije se podía y me gritaron que no, que estaba loco, y todas esas cosas.