Según leí alguna vez, a Julio Cortázar le dijeron que la novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por Knockout. Cuando comencé a leer a Arantza recordé esta sentencia porque una de las características de su expresividad es la concreción sin rodeos del mensaje que aborda, esto es, cuando un verso o una estrofa transmiten con claridad una emoción sin prescindir del marco espacio temporal en el que ella sucede. Dentro de esta característica cabe marcar que lo resolutivo no aguarda al final de un poema, sino que lo va constituyendo, a manera de luces sin pestañeos.
Al tiempo, algo que no se debe dejar de considerar es el hecho de que la construcción de un poemario de por sí implica el riesgo de desgaste por parte del autor, porque mantener el enfoque en un cuadrante juega contra la dispersión, falsa y natural amiga de la amplitud. En este sentido, Barca varada resulta en una suerte de ejemplo de cómo es posible girar y avanzar alrededor de un punto, explorando los diversos matices con los que se concibe la realidad, la cual muta, junto con quien la dice, en una interacción constante que fusiona a ambos en protagonismo.
“El mar era emoción y yo era el mar”, es el primer verso con el que el libro nos recibe, y que nos ubica tanto en el estilo como en el fondo general, en el que encontramos un intenso juego o lucha, entre el deseo de libertad y/o liberación nacido de la sensación de sujeción (“Somos fantasmas,/ enfermos del pasado,”), los posibles espejismos (“pero luego vino el hacedor de milagros/ que volvía cuadrados los círculos”), y la siempre terrible premonición de las concepciones ajenas “Creían que llevaba una estela/ y lo que arrastraba era una colección de nuncas.”, por una parte.
Por otra, Arantza logra construcciones como “y cuando más clara vemos la salida/ más aceleramos hacia el fondo del pozo”, o aquella “Y fue el mismo cielo su cariño,/ como fue el mismo infierno su locura.”, en donde, bien leído, tras haberlo vivido, uno se encuentra nadando en vitalidad pura, respirando con la autora el intento y la apuesta, de repente sin saber u olvidando que con solo poner un pie adelante ya tenemos el camino ganado. De sus alas, ella misma nos dice “Las utilizo para agrandar el salto/ que me libera de las heces que piso,/ siempre hacia adelante”.
El detalle, nada pequeño, que enriquece el libro, es la colección de fotografías de César San Millán, las cuales, ya en colores, ya en escala de grises, acompañan y recrean en buena medida los textos, logrando un conjunto armónico y particular. Conjunto que nos lleva del mar al cielo en un vuelo en el que no se nos priva ni del dolor de las estrelladuras, ni del placer de volver a superar una y otra vez a Cronos y a uno mismo. Todo, de la mano firme hasta la rudeza, y fraterna hasta la ternura, de una poeta preñada de presente.