Me basta con no cerrar los ojos
cuando más me ahoga el miedo
y desde el fondo de mí abrirme en pulsión
hasta estallar en violencia apenas controlada,

me basta enfrentar en silencio perruno
la más cruel de las insidias sobre mis oídos
mientras con mis manos preparo
la comida para los inocentes,

me basta provocar un quilombo en tres familias
con solo una parte de mi cuerpo
expresando la sed que lo define
y no pedir perdón a nadie ni mirar atrás,

por tres veces imponer una misma sentencia
logrando el agobio del recuerdo
tensando la memoria como resortes
que puedo ver estallar dentro de los dormidos,

para que desde la inconsciencia
o desde la más alta sensibilidad
la posibilidad de mis juegos suponga placer
lástima, o la suerte del pánico más fecunda.

Conviene no criminalizarme
si se siente bien – que de mirar vamos cortos-,
porque llevo estragos en los dedos
y una meta eterna en el corazón llagado,

echar agua bendita por donde pasan mis puños
y escupir carcajeando sobre todos mis dioses,
no sea que de mí mismo sobreviva otra noche
con el hálito de los Antiguos cabalgando por mis venas,

clavarme una estaca de ónice y platino
en el centro exacto de lo breve de mi historia
antes que alcance el dibujo de mi nombre
que palpita en el origen de las razas,

para que siga o me detenga
y se entienda que es igual,
Pues poeta sin profecía
es como mujer sin hijos.