Quizás la duda misma fuese el último de los espejos, y cada una de las certezas desterradas el primer paso hacia el inicio del ritmo ansiado.
Puede que en un verbo más allá del idioma habite la sintaxis que prescinde de lo definitivo, que contenga un dinamismo multipolar asequible para la imaginación más tozuda.
No descarto que el desprecio bien medido en sus excesos arrancando entrañas, esconda una orfandad de padres orfebres, una supremacía por hacerse a sí mismo y la timidez del que no encuentra semejantes.
Entreveo que cada prueba y dificultad como la de impulsar un golpeteo hasta volverlo visión, sentimiento y viceversa no es más que un llamado a pausar el ímpetu, que provocan – extrañamente – un agobio absurdo, que no sucede en el parpadeo cuando permite el reposo de la mirada.
Creo que estoy llegando porque, como dicta el manual aquel cada vez que llegué volví a partir no por insatisfecho, ni por ambicioso sino por condición de oleaje interno que habiendo conocido un arrecife lleva dentro conocer y moldear otros.
A este nivel preocuparme por mis yerros sería como desprestigiar tus logros.