Voy despacio, mordiendo desfinales
que me arrastran al día desde noches
inconciliables, solas e inaudibles,
atado a lentitudes extranjeras
a mi propio concepto de existencia,
porque ni yo penetro en lo más profundo
de la forma del ritmo que propago
como algo natural y de mi raza,
antes que como rara exposición
de una esencia sin molde conocido.

A mi paso de leguas, bien lo dicen,
extravío detalles, geografías,
el nombre primerizo de las gentes
y el de las ciencias negras o granates,
por intentar el todo y lo minúsculo
desde todos los ángulos posibles
en el pasado incierto, en el futuro
y hasta cuando me duermo mientras Cronos
se pregunta por qué me burlo siempre
de sus juegos y trampas distendidas
como si no supiese que no existe
para el que no se escapa del espejo
si le muestra la sombra de los rojos.

Cojeando o corriendo me desplazo
más cerca de los límites que tú,
que al mirarme me acusas de no ser
todo lo parecido que quisiste
sea, con el rebaño que apacientas
con lamentos podridos de ignorancia.