El coronel se volvió comerciante,
y de los buenos el muy hijo de puta,
con el metal que generan sus pisos
le saborea a la vida sus uvas
sin pretender nada más que respeto
de los mortales de sucias pezuñas.
Tiene firmeza en su trato profano
y lo confirman sus ojos sin dudas
que cuando miran al tío de enfrente
pasan a ser potentísimas lupas.
Me encaró en varias secuencias del día
midiendo el cómo y porqué del presente
que nos juntó bajo escuálidas nubes;
él, indagando en mi rostro sin preces
aquella grieta que a todos delata
sin percibir que con ello los ejes
iban mudando de dueño y de forma;
mientras que yo, del encare que hiede
extrapolé sentimientos ocultos
hasta vivirle los miedos que duelen.
En una tarde de tiempos ajenos
por el mandato del sino de ambos
tuvo lugar la disputa esperada
en la que el viejo dispuso sus años
como quien tiende una alfombra de sangre.
Sin importarme su histriónico enfado
ni su potente discurso esgrimido
dejé a mis labios decirle lo exacto
con fechas ciertas y cifras precisas
hasta dejarlo a la altura de un vago.