Cuarenta boludeces le aguanté
a la gorda de mierda hija de puta
que de mí vino a ser representante
por aceptar de un vil su necia ayuda.
Me tragué la flojera negligente
- y vamos, le veía esencia oscura -
esperando que al menos con mi guita
se vuelva diligente la totuma.
Sin embargo siguió dándole vueltas
a una recta sin ápice de curva
dilatando los actos sin cansancio
cuando no divagando en cosas burdas.
Aparentaba ser quien se conoce
lo que saben las hembras más cuerudas,
moverse sin dejar rastros notorios
desembolsando coimas harto justas;
no mostraba temor, sí picardía
al dejarle saber de mi agria mufa,
como si me intuyera los andares
con los que destroné perras más duchas.
Le dejé hacer los trámites previstos
sabiendo que la pobre es más que burra
esperando que no me haga cagadas,
hasta que la muy yegua pelotuda
o me mintió de fino o le mintieron
llevándome a mi vieja y ciega furia.
No me servís, imbécil, así no,
que en el culo ya tengo varias uñas
como para que vos también me claves,
o me cambiás la historia ya nomás,
o vas a lamentar ser tan conchuda.
Dale, te vas moviendo, bicha lerda
que por salir de aquí tengo apuro...
La torpe balbucea y se dispone
a transitar en tierra y no en la luna.