Un salpicar de gotas
sobre la faz aguda de las piedras
me refractan de golpe la brutal emoción
del día que se parte en mil enigmas,
como un calidoscopio
que gira y contonea una gran cantidad
de variaciones rotas sobre una misma luz.

Escucho la voz parda del contrario
y la amabilidad de un fiel amigo,
hasta encontrar la línea que los junta en el mismo
y crucial pentagrama.
Como si la tarea de descubrir el toque
que todo lo describe en una explicación
instalada en los ojos desde los imposibles
fuese lo más sencillo
y lo que mas destroza a todos los desánimos.

Entonces es que llegas
a mitad del tocar y beber lo inefable
para ser el reclamo,
la copa que se rompe arrepentida en sí
de no ser contenido,
la tristeza escondida por un montón de años
detrás de un silenciar la poquedad fundada
en el hacer a medias y cosechar vacíos.

Qué lástima, mi amor, que no escuches jamás
la luz de los colores.