El tiempo casi acierta a convencerme
de sus pasos de hielo en mi ventana
cuando ordeno a mi piel de tez humana
ser la que sin hacer nunca se duerme.
El destino, feroz, quiere que enferme
de un enorme pesar cada semana
sólo por que le da la perra gana
sin que pueda tocarme y menos verme.
Y, sin embargo, voy, sin tanta duda
y sin las demasiadas convicciones
hacia lo que no sé si acaso existe,
a solas, sin pedir ninguna ayuda
como sin sostener diez mil razones,
gozando de no ser un necio triste.