El más desprecia al menos
y viceversa
eso es todo.

Y en camino, la ropa tendida
con la humedad ganando las uñas,
el error que dijimos con voz altanera
con el más estruendoso de los silencios,
ahí
junto con el cigarrillo que encendimos
justo antes de atacar al cáncer.

Una gradería poblada de pasados
rodeando un juego inexistente,
un vientre marcado y marcadamente inútil
en el manifiesto de una entrega desestimada,
al tiempo que las horas se acaban y como que gritan
que del asco a la dicha
el paso lo define el irrecuperable.

Valdría más que la caridad y la pornografía
comiencen por casa,
que las manos que jamás tocaron al mundo
tocasen una concha o una pija
antes que el enter a lo amable
que damnifica al ego escondido
lloroso, su no reconocida deidad
después de décadas de hacerse un monumento
a base de estúpidas aceptaciones.

Cabría analizar a dónde fueron
todas las salivas anteriores,
y confesar con los huevos y las tetas entre los dedos
que la altura
definida siempre desde la caída
palpita y existe,
que no tomar lo ofrecido
como no entregar lo que se tiene,
tan sólo fecunda la bajeza.

Habría que defender lo estrecho
más cómodamente,
sobre todo habiendo tanto público
que lo amaría.