Uno dispone sobre la mesa
las pocas cartas que le otorga la baraja,
y al principio pierde por defecto de juventud
pero si acaso persiste en la timba del vivir
va cuidando cada numerito dibujado
achicando lo que en realidad es enorme
como agigantando a lo que nació pequeño.

En la carrera, que es corta como brutal
uno aprende lo que necesita aprender,
a saber lo necesario para sonreír
y a olvidar lo que se precisa para no llorar,
aunque antes que faltar sobren
los que juegan al revés,
esos que del perder hacen bandera
y de las ganancias pura vanidad.

Estuches somos, se me ocurre,
y si un tipo con o sin barba
pero necesariamente vestido de largo,
me establece de cajón
qué estuches pueden combinarse con otros,
yo lo trato de inútil y de criminal
porque sé que detrás del amor que profesa
no hay más que un miedo terrible
a que el de a pie alcance lo que él no pudo desde el ropaje.

Ignorante es quien no sabe lo que tiene que saber,
y sabio el que es feliz.

O dicho de otro modo, y siempre en el divague,
¿de qué te sirve saber las notas y los metros
de lo que escuchas y lees,
si nada de eso te completa?
¿ y de qué te sirve saber los metros y las notas
de lo que lees y escuchas
si te completan más allá de saber o ignorar?