No son tan pocos los que desde temprano y hasta tarde
le pelean a cada segundo del tiempo
el ir a por más
cargando con sus limitaciones sobre los hombros
con la convicción de poder
se pueda o no.

Mientras los muchos
arropados en la pobreza de saber leer
y no tener una biblioteca en casa
le niegan existencia a la mesa común
en donde los pocos hicieron sus armas primeras.

No son tan pocos
los que toman el libro más vendido del mundo
y lo desnudan sobre el pecho de la historia
hasta encontrarle todas
y cada una de las piezas originales,
y agotar el mapa de todo el botox que recibió en su camino.

Mientras los tantos
aferrados a no más de cien versos
exultan la belleza de lo horrible,
ignorando genocidios fobias y misoginias
como si la palabra de lo Alto
implicase la destrucción de la mente.

No son tan pocos, no
los que leen los ojos, las manos
y todo el pasado que trasluce en cada llegada tardía
en cada interrupción en el discurso
como en cada gesto amable con intención de ser correa.

Mientras a los amontonados
se les da por elegir presidentes,
consumir vacunas y hamburguesas
y millares de líneas acerca de la ricina,
sin percibir que hasta un perro en lo que siente es que se fía
y no en lo que lee detrás de un monitor.

No son tan pocos
los que reposan pero no descansan,
los que comprenden a los conglomerados silentes
como comprende a las pesas el atleta,
los nacidos en espiral
dispuestos a burlar y a arrasar todos los círculos.