No llega el equilibrio
ni con pastillas rojas
ni con aquel abrazo en la corniza,
y se pierde en la nada la sospecha
de poder resultar en algo limpio
después de cometer tantos excesos
en nombre de la duda y del agobio.

Se pierde todo norte
y aunque ganado el sur, queda pendiente el nervio
mordiendo en el pasado de tantos años rotos
al pie de la capilla donde a solas quemamos
el fragor menos necio de nuestros nombres pútridos.

Tú, dime toda la lista de cosas a cambiar
sin que ninguna empiece desde el dentro profundo
de algún tobillo mío;
dibuja por mi frente cansada de desprecios
el trazo más exacto que define a la dicha
sin que en él aparezca el trazo de mis ojos.

Y prueba, por primera vez tú prueba
el color de la vida cuando matan
lo que no sabe nadie cómo vive,
cómo son las mañanas sin el duelo
en el que yo palpito dando golpes
contra lo que se nutre de mis puños.