Hace calor y el sol latiga a las baldosas.
Unas veintena de moscas realiza el acto de la vida ahí, enfrente, a unos pasos.
Algunas se me posan en los pies, o en la cabeza.
Será que escribo algo al respecto, me digo.
Abro mi cuaderno y escribo.
La mosca no se aplasta, le resiste
al sol y a la humedad todos sus golpes
buscando sus nutrientes en el suelo,
los restos que le harán volar sin furia
lejos de la intenciòn de alcanzar gloria
propia de enajenados idealistas
sedientos de grabar su nombre humano
en la pizarra azul de lo pretérito.
No se aplasta la mosca ni pisándola
ni ignorándola muere la bellaca
pues desestima al hombre desalado.