De nada les sirve aquello
de preguntar como buzos
si qué leo hora tras hora
hasta llegar al crepúsculo,
si al final no les conviene
mirarme y saberse burros
sin que yo se los señale
con esta cara de culo
que me sale cuando surgen
al estilo inoportuno
del que no mide sus gestos
aunque enfrente tenga un brujo.
Si estudio a Publio Escipión
o al propio César Augusto
es algo que no supone
el no verlos como eructos
hechos de huesos y sangre
como yo, dentro del mundo,
pero a diferencia mía
sin poder estarse mudos
porque el silencio destroza
a quien tan solo es un nulo.
Aunque molestan no dañan
es lo cierto y, si no búhos
recargados de saber,
de algún modo son el bulto
que midiendo a la paciencia
al débil convierte en duro
durante el arduo camino
que implica llegar a culto.
Es preciso soportarlos
incluso en sus modos bruscos,
que así también se hace historia
torciendo, volviendo curvo
al destino que obediente
sigue el capricho del uno.