Están los que nacieron condenados
a la tranquilidad de ver pasar
las horas sin pasión, sin excrutar
por qué fue que cayeron los ahorcados.
Los que con o sin fe van a la misa
sosteniendo por años cada rito
de origen conjurado por un mito
que de genios valientes no precisa.
Y a quellos que tan solo se resuelven
en los clavos ardientes del buen gusto
llevando en las entrañas nuevos soles.
Son estos los dorados, los que vuelven
a cambiar una y otra vez los roles
de los simples, causando dicha y susto.