Muérdele a mi sombra
el espasmo de tu sintaxis repetida,
como muerde con sus fauces el desierto
- sol, arena y algún cadáver -
el cuello de aquel de piel tan blanca.

Mide cuanta distancia infinita
entre tus talones y la calle,
hasta precisar el ángulo de mis ojos
que sólo latiendo hacen diana.

Curva, como se curva una corchea
en la espiral de su decir,
el pasado de mis uñas de polvo
hasta el presente de botellas por vaciar
al medio de una intranquilidad de fuego
en el que la ley, por una vez,
vale menos que toda boca.

Entonces,
derrama tu egoísta terquedad
por entre la indócil e ingenua felpa
que es mi pecho cuando te quiere,
mancha con tu pelo el escándalo de mi estar a solas
desprovisto de armas contra tus besos,
y hiere
cansina o impetuosa,
indolente, o bajo presión extrema y personal,
el espacio que me construí defendiendo
mi no poder ser de nadie.

Toma lo que soy
cuando no quiero evitar
llenarme de futuros a tu lado.