Un poco de miedo
a la dependencia
a querer tanto a alguien y después perderlo
y a herir lo querido al ser sin enigmas.

Y sin embargo
(sin coma)
la premura con la que se procura el instante
en donde una palma o un chasquido
logran el gesto que genera puentes,
el silencio o la sonrisa en el aliento
pisando suavemente sobre el lecho de tu mirada,
me mueven a la espera y al empuje
como una espiral que no alcanza a ser remolino.

Es posible que sea ya demasiado
lo que callo, lo que imagino y lo que expreso con mis ojos
sin lograr que pretendas
levantar la piedra bajo la cual existe el dios no querido.

Puede
que algo de mí intuya claramente
la dulce y terrible distancia entre la imagen y lo que palpita,
ese hueco que teniendo fecha y nombre
jamás se verbaliza con los párpados abiertos.

Y entonces
tan solo lo dúctil de las rocas
fijando a tierra mis latidos,
al igual que cada una de las explosiones de hielo tórrido
creciendo bajo mis uñas
preñadas de tu pelo.