Te atreves a decir que amas y odias pero no lo describes, volviéndote humedad que se dice desierto desde el atrás liviano de tus labios.
Tú no arañas el tiempo desesperadamente ni te quejas jamás de ya no tener fuerzas cuando acabas la historia de tus días en el lecho,
ni lloras a escondidas de la gente que ríe con la verguenza dura curtiéndote el mirar extraviado en tus manos, sin poder convertirse en algún vuelo.
Tú ya tan sólo presencias el turbio remolino de lo que crees sientes, sin vomitar de espanto ante las salvas tristes de un mundo que se vuelca sobre graves destrozos, y sin acariciar la mano que dispara los afectos que viven en el pecho.