Aunque sí usé mis puños muchas veces
contra el rostro del más alto y cuerudo
y contra la pared de un par de casas,
no recuerdo tomar y usar el látigo
contra ningún normal o subnormal.

Aunque por mis amigos yo me expuse
y pasé noches negras tras mi gente
como un montón de horas extras, sordas
por esos compañeros de trabajo
que conmigo pudieron generar
lo que de otra manera no podrían,
jamás subí a una cruz a que me maten
por cosas que un cualquiera cometió.

Pero si llego y voy de decir feos
verbos que de mi boca se derraman
atacando a la grasa que en la mente
de mucha gente anida y se acrecienta,
me vuelvo para tantos el villano
que desde un gran altar solo vomita
pataletas de niño consentido.

Y si arribo al vocablo que enaltece
lo puro y femenino de una hembra
que me puede y supera como loba
ardiente que gravita sobre el pasto,
me convierto en un simple ángel de dios
repitiendo los versos que dictara
el que nos inventó sintiendo amor.

Para mí que sería un tanto justo
que me chupen la pija y el cerebro
todo el montón de idiotas que no entienden
que dado el blanco el negro, y viceversa
y que me desestimen de una vez
a la hora de leer cosas hermosas,
no sea que se mueran de la rabia
o de una muy estúpida depresión
y hasta en el epitafio me echen culpas
por el no latigar sus boludeces.