Hay gente que llega tarde a las citas,
al trabajo, y a toda la basura de las incomuniones.

Yo suelo llegar tarde al amor
a la mesa bien puesta y al beso de los buenos días,
me atraso en pensar en el otro,
que, si no lo conociese
¿acaso le dolería lo que digo?

Me encierro en mi cubo, según dicen,
manipulo y me divierto, según afirman,
pero nadie entra aquí
en la verdadera cámara de la verdad,
donde los resortes saltan por joder
y te aparece un anciano senil
junto al borracho más genial de todos los tiempos.

Y se sorprenden donde yo encuentro cansancio,
escupiendo emoción y metro
donde yo me ahogo en un hastío vulgar,
como si el dolor todavía siguiese vendiendo
más que la poquedad de la risa,
como si el ego y la vanidad
no partiera de enfocarse en alguien.

Voy a tener que evitarme las caídas
a este paso,
que ni sabiendo mis labios
ni las rocas que los rozan,
vaya a saber con qué curita y agua oxigenada
van a intentar curarme la carencia del rostro dios.

Tendré que seguir así
aparentando que el asco
es solo por beber demás.