Hay una distancia que se genera
por debajo de todos los arroyos
y por encima de todas las nubes,

una que prescinde de puentes rotos
del arriba y del abajo
como de la certeza liviana
de un purgatorio sin dirección fija.

Y aunque la distancia tiene alma de espiral
cabe entre los dedos,
como una pluma junto a su origen
o la mano que más pequeña
en ellos apuntala su futuro.

Qué sencillo distinguir
el oro del bronce
cuando los ojos tan sólo se dejan vivir
por ese deseo primigenio
que anidando en las tripas
tan blandamente se deja matar
si el esfuerzo se quiebra en su portador.

Y qué duro
entonces
para el agua de los mares saber
que en silencio las arenas del desierto
pueden oír lo que en su bravura
no puede el oleaje.