Este linaje de luz
rompiendo sombras contra el muelle
¿no te recuerda al oro primigenio
perdiéndose entre los limosneros de futuros?

Esto que tocamos,
la sal, el carbón, el pasto frío
¿no te alcanza en los nudillos
para golpear como hombre sobre nuestros hombros?

Esta mirada inacabable
que volcamos sobre lo finito
¿no te sirve para desanclar tu concepto
de lo plural contra lo único?

Qué escándalo de penas y congojas
entonces tus manos en la tierra,
cuánta dicha rota de risa silenciada
en el abajo de tus párpados,
si ni lo perfecto del desastre
de perder un paraíso,
ni la tenencia de un maestro de lo sórdido
te alcance para la brevedad de lo exacto,
por solo persistir
en lo vago de una dolencia perruna.

Habría que cambiarte el corazón,
los brazos, las rodillas y las cejas,
por ver si así te sacudes la lástima
la compasión y tu vomitar sobre el entusiasmo
que laten los que juegan fuera de los márgenes.

Y dime, pegando tu frente a la mía
y con los ojos cerrados por el presente,
¿quién habría de poder hacerlo?
¿Acaso tu maestra de escuela,
tu madre, tu pareja de cuclillas en una esquina
o alguno de los perros que adoptaste?

Habría que colgarte de algún semáforo
y escribir odas a tu biografía,
llevar la película de tu vida a cannes
y obligar hasta a la piedras a saber de ti,
para que entonces nos perdones
lo que no te vamos a tolerar.