Te preguntas acerca del filo claro y denso
que tejo en las puntadas que doy desde el color
que me gana la boca
cuando me quedo a solas bajo el puente,

y sin decir te dejo ver la estela
que fluye por detrás de esta tan larga sombra
que se estira debajo de mis pies.

No comprendes, no quieres
despegarte de todas tus lecciones
aprendidas a fuerza de someter tu cuello
a la rudeza vana de algún notable auriga,
y aunque presientes ciertos cada uno de mis tajos
sólo te aferras, dócil
a la cruz del pasado
doliéndote de mí y de todo mi andar
como si fuese Judas
y tu mirada torva la de Cristo.

Entonces te dibujo
una casita linda con piedritas brillantes
un par de altas montañas con el sol entre ambas
y un caminito hermoso que conduce hasta el mar,

sonreís de placer
y decís que te encanta verme así de bonito,
trazando cosas llenas de belleza
en las que te sentís
princesa del castillo hecho con puro amor.

Yo no te digo nada
tan sólo te sonrío,
mientras por dentro crece
un crepitar de leños empujando
por salirse en un golpe desde mis ojos negros.