"El frío que raja la cara del pobre
a ti te hace débil", 
alguien había escrito,
y en cada vocablo vivido y presenciado
estaba la sentencia de mi cara
embistiendo al sur en pleno junio,
las monedas que siempre llevaba encima
y que sin ser mis sobras
en su momento alimentaron el sueño
de otro alguien sosteniendo los míos,
como la rabia ígnea y silenciosa
agazapada por si llegue el instante
en el que no aprecies ni lo que vistes
ni el techo que te cubre.

En cada paso que das,
en cada una de las veces
en la que dormiste otros cinco minutos,
están el arranque de mi vieja
y el empuje de mi viejo,
mis ganas de retroceder
y aún así seguir,
toda la insana cordura
de no respetar jamás lo establecido.

Así que ojalá
consigas si no brillar
al menos fluir en equilibrio preclaro,
con la risa altanera en la que te eduqué,
mordiéndote los puños
cuando enfrente te toque un flaco enemigo,
y lanzándote al ataque sin corazas
cuando a solas
enfrentes a Dios y al diablo.

Para que entonces
yo siga aprendiendo de vos.