Un olor a derrota quería impregnarse
en esa cuota de victoria iridiscente
lograda por ir más allá de las posibilidades
por debajo de los sueños
en lo profundo de cada aliento roto.

Quizás el dolor anterior no fue suficiente,
que hayan faltado puños contra la pared
y que la almohada se moje más,
para que el placer no tenga esa mancha
nacida del daño que obtuvo el perdedor
como consecuencia de llegar a ser lo de siempre
un diagnóstico sin remedio realizable.

Sin embargo, bien mirado
desde lo cerca y lo lejos
habría que alegrarse y estirar la dicha
ya caminando desnudo sobre la tarima de lo incontestable
memorando de vuelta los pasos en el laberinto
o reviviendo el aroma del desenfreno consumado,
hasta masticar lo bueno por encima de lo justo
y la duda se muerda su discurso y su veneno,
porque si el corazón empujó en su oleaje
debe la razón acomodarlo en el muelle del después.