Tipo 6:40, un café negro y chipita, dejate de joder, el cielo, viejo.
Lo bueno es que a esa hora por lo menos nadie te habla y no le tenés que hablar a nadie.
Lo que costó es que el cafetero responda al buen día, y al gracias. Pero terminó siendo algo parecido a lo amable. Como dice el Tao, lo blando vence a lo duro.
El escándalo de pájaros
festejando la mañana
separa mi piel del sueño
enfrentado a la nada.
Me incorporo de un tirón
carenciado de resaca
convertido en animal
buscando llenar su panza
postergando sin verguenza
lo que mi mente más ama,
escudriñar en la historia
si el absurdo acaso acaba.
Voy por un café barato
y este solo acto me llena
de sonrisas y desprecio,
pues mi andar es a conciencia
del humano vendedor
que aguarda por mis monedas
proveyéndole sentido
a su silente tarea,
mientras mis hermanos miran
detrás de sus caras recias
cómo el vacío transcurre
sin bullicio, a su manera,
ganándoles pecho y mente
siguiendo al pie la receta
que desde el no hacer destroza
a quien ni lucha ni juega.
Me aparto los sentimientos
y acudo al sol, desafiante
destruyendo expectativas
a quien creyó mis amagues
carentes de desapego,
sosteniendo inalcanzable
sobre mi sed destemplada
el verbo que siempre pare
el solo frente a su sombra
vuelto hijo, dios, padre y madre.