Tengo el rostro marcado por desgastes
que se remontan todos a las ganas
de encontrar el mejor sonido humano
que pueda con mis ansias sin origen.
Arrugas en las manos y, en los ojos,
señales de la noche mal dormida
delatan la fatiga con que llevo
el peso de las horas en el limbo.
Me acabo y me destrozo hasta la dermis
desde una rabia dura de carencias
y aun así, por mi nombre salgo hiriente
a la luz poderosa de otras voces.
Con la fe de los solos, limpia y grácil,
persisto en conseguir el oro bruno.