Sale el sol por afuera de la sangre
y de la luz entonces proyectada
brota la perra vestida de verde
intentando en el rostro el parto imposible
de una sonrisa que a nadie fecunda.
Entre moscas y bípedos tatuados
con el mate amargo de internas cicatrices
asisto en ausencia al vocablo dicho
en pluralidad de infinitas gotas
formando lo profundo de un estanque,
que, si son varios los sujetos
el verbo, babélico, tan sólo es uno.
Sigue el sol sin escuchar
la maledicencia que le puebla al muchacho
el plexo y las rodillas,
como mostrándole que en el calor no hay cura
sino en la prístina distancia,
y que saber no es lo que cuesta
sino que hacerlo y de todos modos seguir.
Pasa el sol y unas nubes gordas
se llenan de líquido las fauces,
escupen, vomitan, llueven,
y uno y otro estanque se asimilan
en el gigantesco predicado
que a casi todo
y a casi todos consume.