Yo la esperé bajo un cielo nublado
lleno de sombras vestidas de duda,
imaginando su forma nervuda
unida a mí como un sello lacrado.
La pretendí de un aroma dorado
que ante la carne ni tiembla ni muda,
sino que suelta con suave voz muda
el gesto claro de andar sin cuidado.
No se tardó demasiado, y se vino
obedeciendo quizás al destino
que decidió regalarme su boca
abierta en cause que ríe su broca
hasta horadar cada resto consciente
de lo que soy tras ganármela ardiente.