Oye, putita, ¿no sabes mi nombre?
tú que disfrutas de pijas endebles,
¿será que puedes mirar altanera
todas las sombras que llevo en la frente?
No, tú no sabes de qué va el verdugo
cuando se impone a la luz que le teme
con el orgullo del frigio que en calma
cercena lazos, brutal y solemne.
Por esto, sal de la ruta, putita
que tu camino es de grasa que hiede,
como de halagos que ensucian el rostro
de quien te ve prodigar puras heces
cuando te toca decir algo cierto,
que no es lo tuyo el andar sin la plebe
buscando soles detrás de las cruces,
sino mentir y mentirte por siempre
en una danza plagada de dudas.
Así que aparta de mí toda sierpe
y toda excusa barata o billante,
que yo no soy ni seré quien pretende
mostrarse dócil de voz o latidos
sino que soy quien se vence y quien hiere.