Desaparece la rabia
cuando los días se mojan
con el agua depresiva
que llueve por dentro y ahoga
llenando de soledad
los kilómetros de eslora
arrastrados por un cuerpo
anhelante de una boca
que le implique en la emoción
y calidez de una alcoba.
Se marchitan los rencores
si es que el silencio destroza
los impulsos vengativos
que alguna vez fueron honra
en el pecho lastimado
del que camina a la hoya
buscando escapar de todo
sintiendo que está de sobra.
Mas con los labios partidos,
ya al límite, vuelve Roma,
con ritmos que riman rudo
en una danza de polcas
desenfrenadas y fieles
a la alegría que mora
en quien resiste caídas
sin brindar fúnebres pompas
por la suerte pasajera
que le pretende en la horca
o le llena de tesoros
por encima de las joyas.