Difícil es conseguir esa quietud
de lluvia y nieve congelando cada gesto
y cada voz que sin medir las circunstancias
deviene en ruido desprovisto de alegría.
Ignoran siempre los ególatras si el tiempo
lo pasa en tontos menesteres el cualquiera,
si acaso escribe la razón de sus pecados
o simplemente reza a todas las frutillas.
La gente va, dice y comenta lo que quiere
aquí, de cerca, confirmando que no vive
ni en limpio cielo ni en el centro de sí mismos
si no se ven en la mirada de los otros.
Por eso tanto no poder quedarse mudos
y quietos, tersos de silencios y de calma,
sabiendo a mucho sin mostrar más que sonrisas,
y dando más por retener entre sus fauces
aquel detalle que no sirve a los demás.
Los dioses, sé, disfrutan locos de contentos
de todas estas obstrucciones a lo impuro,
del claro móvil que se esconde, tan apenas
detrás del rostro del novato de emociones.
Y lloran, sé, cuando su electo no destruye
la grave senda que propician los idiotas.