Se acerca despacito, blandamente
con el modo que tiene el avispado
y con interés cierto habla y pregunta
si lo que escribo es mi propio diario.
Me emputo, aunque sonriente le comento
que se trata más bien de otro trabajo,
anotar sin errores a las moscas
sus modos y sus tiempos en el llano,
si vuelan o desovan por las tardes
o si se hacen coger en el ocaso,
si luchan conjuradas entre ellas
y si solas o en grupo van al baño.
El cuate se me ríe y la saliva
moja la comisura de sus labios,
ya es mucho, demasiado para mí
así que le atropello con el asco
y la rabia preñando mi mirada
cortándole la risa de bellaco.
Se aleja el pelotudo, confundido
sin saber qué pensar de lo que hago
cuando silente trazo en mi cuaderno
los signos y palabras del escándalo
que implica convivir con bestias sordas
al ritmo demencial, brillante y claro
con el que voy diciendo lo que busco
aunque parezca tonto como vano.
Que me quede sin nadie alrededor
es algo que pretendo y no es extraño,
pues en mucho me aburren con sus cuitas
y ni saben chupar mi pulcro falo,
por lo que me conviene que se vayan
que para retardados yo me basto.