Debo vencer a las ganas que tengo
de ver hirviendo en aceite barato
al negro hediondo que lleva mis cosas,
y sostener con afán mi entusiasmo
por no turbar la conciencia limpita
de quien me apoya con besos y abrazos.
Es la verdad que me cago en sus modos
de hacer de todo un negocio de engaños
como si yo no supiese de cerca
de qué color es la mierda que en parto
sale expulsada vestida de genio
por esa boca cargada de sarros.
De todos modos le aguanto al sorete
a su manía de andar por lo bajo
y a su costumbre de ser un imbécil,
porque al final no se puede de un sapo
el esperar pensamientos notables,
sino que mueva con ganas el ano.
Ya se dará, como siempre, el momento
en que mi voz hendirá como un garfio
en el pequeño cerebro de burro
que porta el grasa creyéndose sabio;
entonces, calidamente y sin saña
haré que sienta los daños nefastos
que sobrevienen tras no darlo todo,
hasta que aprenda a vivir encerrado.