Cuando después de horas soportando a la gente
aparece por fin la burbuja esperada
el cansancio que llevo se convierte en sonrisa
que con el aire fresco recorriendo mis cejas
hace que me dispare al fondo de mí mismo.
Me disfruto cruelmente con cada pensamiento
y con cada canción lamiendo mis espaldas
como si fuese mucho que el oro de las músicas
se aquiete blandamente al centro de mis manos
jugando al imposible que muere de rodillas
ante la tozudes de mis ganas más hondas.
Tras lograr la victoria por sobre los sencillos
me miro las heridas en la piel y en la mente
como mirando el costo de un momento sin nadie
contando a los caídos y a lo que me pervive
al final de la noche, donde la price yace
a millones de metros de mi pecho y mis ansias.
Consigo divertirme al, entonces, viajar
a los planos que quiero y al ritmo que me gusta
sin que alguien se permita interrumpir mis pasos,
sin que ningún hermano o vecino amoroso
me turbe la mirada volcada a lo lejano
y sin que sus lamentos me hieda en las orejas.
Mi bendita burbuja, arduamente ganada,
bandera de infinitos verbos sin estrenar,
cómo cuesta tu densa manera desdeñosa,
tu grave altanería y tu precio excesivo,
y cómo sabe bien que nunca seas lo fácil
salvo cuando no espero y por ello apareces.