De repente es que vos me enseñaste a llegar
a cualquier cima o meta sin pensar en el duelo
que a los demás les causo sintiendo que demuelo
los caminos mediocres que tengo que cruzar.
Puede que mi impaciencia, con tus golpes forjada,
me implique en la distancia que conservo silente
haciendo que los otros me tomen por demente
y me dejen a solas, fuera de la manada.
¿Entonces, para qué habría de llamarte,
si sabes que resisto y me divierto mucho
cuando las papas queman y el aceite salpica?
Te prefiero tranquila, ignorando la pica
que en mis manos se vuelve homicidio con arte,
que volcarte la pena que lloro en mi cuartucho.