El problema no es Arjona,
el problema es que les gusta.

Se entiende el beso que se posterga,
cada cual estira del lado de su vereda cruda
la herida que algún hacedor proyecta en su silencio,
y así los carenciados se forman por colores,
los con cáncer ahí, bajo el puente sin eclipses,
los sin piernas allá, sobre torres de dinero
y los chicos solos, haciendo fila en las peluquerías.

Lo repetido es en sí una dinastía,
con su pueblo, su reino y su imperio
su nacer crecer reproducirse y morir
que discutirlo tiene tanto caso
como faltar al trabajo porque sí
(y yo vine siendo un enorme sí, pero negro).

El que se abstrae por oficio
suele distraerse saltando muros altos,
sean labios, balances, familias enteras,
y por supuesto cae
se aplasta y se acrimina,
hasta que por oficio vuelve
a buscar el vientre donde cerrar los ojos.

Sabe que lo juzgan
- lo supo siempre –
y sabe que no importa
- aunque le pesa –
y no hay más remedio que callarse,
que el sonido tomará su garganta
y lo obligará a ser feliz en medio del asco
de tanta cosa rota.

Lo otro son los otros
con su lista de problemas
copiada de mediocres anteriores.