Llovía en lo profundo del afuera,
con la intensidad de las cosas quietas
contraponiéndose al movimiento
estaba, en marcha hacia su destino,
los restos del corazón que entonces portaba.

Sangré silente los vocablos,
con los ojos grité todos mis años solos
al medio de una duda que se negaba a morir,
me dije una caricia de mentira
proyectada a una espalda inalcanzable,
y creí, tozudamente
que daría conmigo aunque yo fuese el precio.

Si me temblaron las piernas
si acaso lloré contra la pared
si el miedo estuvo a punto de inmovilizarme,
son cosas que no dejé saber,
que no volqué sobre los hombros
de ningún aprendiz de la calle o del salón.

Si atropellé sin armaduras
si alguna vez maldije y lastimé a conciencia
si en un punto hice crujir otras rodillas,
son cosas que permití se conozcan
porque siendo yo el sujeto
sería el único en saber su predicado.

Partí, de una vez y sin aviso
a mi manera de no llevar provistas
y con mi modo de no llevar obsequios a nadie,
con sólo la convicción como escudo a ser probado
por cuanto proyectil pudiese imaginar
quien escupiendo amor exige amansamiento,

sin comprender enteramente que ahí
al haber dado el primero de los pasos, firme y real
ya lo había conseguido.

Hoy
como ayer, aislado y fértil
disfruto sólo de la compañía
de los que no se rinden.