La cuesta arriba nunca tiene prisa
como si el tiempo y la espacialidad
prescindieran del actor que las hace posible,

y el actor, acribillado por la sed
apura el paso mencionando una idea de luz
mas solo obliga a sus rodillas a besar los pedregullos,

a su alma
a probar el intenso sabor del resentimiento
en el que encuentra combustible
para volver a imprimirle huellas al camino
y llegar
con los labios
a probar la fragilidad de la inocencia frente a la pureza,

porque la piedra cruda
puede más que un corazón ignorante.

¿Cómo será que lo sé?

La cuesta arriba se vuelve delicia
cuando en ella ves el penúltimo de los espejos
diciendo lo que esperaron y lo que de ellos esperas,

el ida y vuelta del que aprendiste no quieres ser parte.

Y una parte te dice empuja
mientras la otra te dice espera
porque sólo tú puedes empujar esperando
sin que la rabia te nuble los ojos
ni tus puños la visión que no te pertenece y puedes invadir
- la del que te mira, y acaso, inútil, te ofrece ayuda –,

como los dos platillos de una balanza nerviosa,
que al tiempo gritan y susurran al fiel que enloquezca
siendo lo mismo,
naturaleza entera probando el límite que jugó a vencer.

¿Cómo será que lo sé?

Por vanidad y orgullo
tras haberme humillado
tan
continuamente.