A veces intento
no concentrarme en los estallidos de sombra
que proyectan los caídos a mi lado,
en sus voces cuajando con la desesperación
de no tener fuerzas para preguntarse
cómo nace y cómo crece el odio.

Quiero no poder ni verlos
cuando gesticulan palabritas en el monitor
encaretados tras una pseudo inteligencia
que sólo dictamina juicios y sentencias simples,
tener la capacidad que tiene el aire
de estar sin ser notado
cuando el tiempo más aprieta
y se revuelcan en sus omisiones
como gusanos en una gangrena.

Pero algo más fuerte dentro mío
hace que busque vencer al fuego con explosiones,
tocerle el cuello a lo que no tiene pies,
y por ello me zambullo en lo profundo del asco
en lo reseco y fétido de sus raíces,
en cada una de sus historias ciudadanas,
hasta comprender cada punto de fuerza
y cada una de las grietas en la estructura.

Cuando llego a ellos,
como una capa de grasa cubriendo mi cuerpo
me envuelve la lástima y la compasión,
habiendo visto y estado donde hicieron sus cosas
una ceguera quiere apoderarse de mi pecho
como si olvidar fuese de mí,

y así como sé decir que "sí" a tanto
la pureza del "no" reacciona entre mis fibras,
libero cada uno de los instantes
que acumulé y acumularon mis fraternos,
lo suelto desde el vientre
destruyendo de una infinita sola vez
todo los que les queda de presente y futuro.