No lo soñé jamás, lo decidí,
agarrarle del cuello a lo presente
hasta volverlo simple como un puño
y destrozar las sombras de mi entorno
como sé destrozar un hormiguero
con un par de patadas sostenidas.

Entrené, siempre supe que vería
los resultados pronto si no tarde,
y que me lograría con esfuerzo
no esforzarme en lograr estupideces,
como los titulitos bien colgados
certificando al idiota, que imbécil,
glorifica al boludo que lo sigue.

Cerré mi corazón a los notables,
a quienes brillan mucho en el estiércol
por oler a maneras consabidas
que refieren a culpa y proyecciones
haciendo de los bípedos sus ratas
sobre las que vomitan sus defectos.

Me partí solo, viejo, sin tragarme
la posibilidad de ningún fallo,
poniendo bajo el yugo mis heridas
como si no me fueran dolorosas,
escupiendo mi nombre y mi locura
a la poquedad cierta de los cielos,
y no porque lo hubieran estimado
los carentes de raza y de nación,
sino porque me quise cual Narciso
sin ser un narcisista de promedio.

Y gané, vuelta a vuelta, round por round
con el enorme escándalo de ser
el mismo dentro y fuera del espejo,
tan solo por mostrarte que se puede
llegar a los principios y finales
y desde ahí brindar el asco y gloria
de ser normal y enfermo entre la gente.