Luce su transparencia la ventisca
recorriendo pasillos de cemento,
sabiéndose ignorada por los ojos
que atravieza rugiendo oscuras notas,
develando la clave de lo vano
al oído tapado de los muchos,
reos de su sentir entre las rejas.
El sol, hijo de Dios, despliega amable
una mirada eterna hecha de luces
por sobre el espectáculo de niños
andando sin edad entre el temor
de despertenecer a los vivientes
y el vivir la vejez en la manada
que transita sin rumbo cada curva.
El agua se marchita en sucia práxis
de lluvia vuelta charco sin un cactus
que beba sus despojos, mientras mide
si transformar le basta como móvil
que inspirará buscar profundos ocres,
o bien le marcarán con una equis
por no dar alegría a tristes iris.
Todo duele, y sintiendo hasta mi fémur
la vivencia dolosa de estos idus
me empujo hasta las cejas de algún Horus
para hincarle mi tez de níveo zulu
que huyendo del escape y de la UTI
se yergue indominable por el asco
sonriéndole a los polos que sujeto.