No te preocupes
del color de mi camisa en la esquina del garito aquel,
no demores tu difuso pensamiento
en los ojos que habré de portar en el trasluz
de tanta frase que dije
y tanto verso que no alcanzó a lavar de esperanzas
aquello que no llegó a concretarse por nuestras manos.

No te aflija en ningún momento
la cadencia perdida de mi andar
cuando la madrugada me esquive su mirada,
ni te inquiete la posible violencia
con la que arremeteré, seguro,
cada pedacito de pasado
cada catedral echada a perder a mitad de su construcción.

Vuela,
mejor vuela
a ese espacio de cielo que jamás comprendí,
a la versatilidad de las gentes hecha charla,
a la potencia de tu risa bailarina
y a la sencillez de vivir sin miedos.

Yo seguiré
con mis fotos en negro y blanco,
intentando ahogar en un parpadeo
a la asfixia que en mi pecho se place,
recordando
sobre todo recordando,
esa ventana por donde asistí a tu perfume
aquella primera y única vez
que supe perdería.