167 años tuvieron que pasar
para que una migaja de gloria me cruce la garganta
a la mitad de un placer
que de un trago borra con precisión de chita
toda la historia de las lágrimas
todo el predicado de los lamentos
que sostienes como bandera inefable
sobre el hartazgo de los días

tú que duermes bajo un techo
sin saber
de qué lado de los ladrillos estabas
cuando la lluvia el frío y hasta la depresión
carcomió los adentros del albañil
todavía preguntas el porqué de la dicha

ni el sol
estrella e hijo del dios kabalístico
comprende la oscura calidez del útero
ni la sombra debajo de los párpados
alcanza a saber qué siente la luna
cuando refracta lo que ningún espejo puede

y tú diciendo mi desprecio
tratando como desgana mis deshoras
enjuiciando la superioridad de mis intentos
como vanidad deliberada
escupiendo sobre la belleza de mi persistir
tu fijación sobre un ego que aprendiste en la indefención

en un acto llevo a una familia en el vientre
y en los ojos
tú llevas el poderío del fracaso
en los signos de puntuación tú te fías
mientras yo me deslizo por entre los baños sucios
en los que me siento capaz de vivir un verso
más allá de todas las sintaxis posibles

y tú que reclamas
girando a mis lados
por qué no giro alrededor tuyo
como si yo fuese responsable
de las cosas que me llenan