No sé qué maldición vienes cumpliendo
al nunca percibir mis pies descalzos
andando en los carbones de la espera,
o qué razón rastrera va sumiéndote
en el hondo desprecio con que miras
la rudeza del gesto de mis ojos
buscando la caricia de tu boca.

Ignoro de qué fuente se nutre tu desgana
para que siempre gane el absurdo cansancio
que mina el caminar y te vuelve estadía
en tierra de los grises, tan lejos del azul
que una vez prometiste latía entre tus dedos.

Una lástima, entonces, que me come
el verbo sin nacer entre mis labios,
un pesar de rotura en la cabeza
empujándome indócil contra el muro,
y unas ganas horribles de ignorar
la culpabilidad de pretenderte
de este lado terrible donde soy cicatriz.