En lo normal la gente no sabe exactamente
cuándo fue que empezó a pudrirse su vida,
es más, tan ni siquiera sabe cómo llegó
al pozo de tensión en el que sin razones
sostienen su estadía sin poder cambiar nada.

En nuestro caso sé el momento y la fecha
tanto el clima y la hora como la ropa limpia
que en esa tarde negra llevabas en tu bolso.

Después fue continuar,
persistir en locuras de loros que repiten
lo que cualquier lorito anterior repitió,
sostener la bandera que con afán ondean
los que van sin concierto hacia el desorden
cantando que son víctimas
tras no haber trascendido lo mediano.

En la multitud necia te escondiste
con el apoyo ciego de los necios,
hasta que con tu público impidiendo te quiebre
con algún gesto mío,
sentiste el barro hediondo ganándote la risa
el ahogo grasiento tras no buscar el límite.

Volviste, tú volviste
a pedirme te muestre cómo volver al cielo
que con mi intransigencia te ayudé a conseguir,
y sin nada de tiempo de nuevo te llevé
a superar las nubes.

Pero te regresaste
a la modorra triste de los muchos,
a mirarte al espejo olvidando que vale
más lo de reflejar después de refractar
que andar sin rumbo cierto escuchando a los tontos.

Le escupiste a mi boca,
despreciando mis manos te volcaste de lleno
a repetir lo torpe y lo vulgar,
como si mis espacios y todas mis querencias
fuesen lo que le sobra a un cerdo entre las tripas:
pura mierda de estúpido origen infinito.