Si cuando miras una fotografía en blanco y negro, yo veo un momento con “ausencia” y “presencia” de luces y guardo silencio ¿tengo yo la culpa?

Cuando en otros la esencia de tu cuerpo genera algarabía, y esos “otros” se vuelven “los demás”, y entonces y ahí guardo silencio ¿tienes tú la culpa?

Si ante un edificio que le expone al sol su capacidad de generar sombra yo me detengo – y es necesaria una fracción de segundo – para contar cuántas ventanas quedan develadas, y qué temperatura latía en el pulso del que jugó a obturar ¿tiene alguien la culpa?

Danzas en mí hasta convertirme en malecón, y en ti navego hasta volverte arrecife, una y otra vez, sabiendo que lo ignoras, y siempre pretendiendo que lo sepas ¿a qué la culpa?

Era que me quieras sin que pretendas sea igual desde mi lado. Es que lo entiendas, que acaso asumas, el extraño dolor que genera la esperanza cuando de idea pasa a ser realidad, y de realidad se vuelca a un pasado que no puede volver a tocarse con los dedos.

Es que me perdones no ser como tú… que sumes y restes, como lo hicieron los Antiguos, como intento hacerlo yo cuando la tarde me permite tu llegada imponiéndome como precio tu partida.

Amar es todo, dicen por ahí. Pero el dolor de hacerlo cuando se está condenado a no saber lo que ello es entre dos, es simplemente terrible.

Bien puede ser que no te ame, que no te quiera, que todo al fin se trate de “costumbres pasajeras”. Pero cuando te tengo en mis brazos… sólo sabiéndome entenderías lo que se siente.